En
la carta de San Pablo a Tito da una serie de cómo debe ser el obispo:
irreprochable, buen administrador, no debe de ser arrogante, ni colérico, ni
borracho, ni amigo de peleas, ni de negocios sucios; debiendo ser hospitalario,
amigo del bien, prudente, justo, con dominio de si mismo y guardador fiel de la
doctrina cristiana, …” Si ya tenemos al obispo, vayamos a saber de su
territorio, la diócesis. Diócesis viene de “diókesis” palabra griega que estaba
unida a la administración de la polis, que Roma aceptó y que el mundo cristiano
adoptó como organización territorial cuando el cristianismo sale de la
clandestinidad. Obispo y Diócesis o lo que es lo mismo cargo y territorio.
El báculo es un cayado
que llevan los obispos como signo de su función pastoral y que se le entrega en
su consagración. En muchas culturas un báculo, un bastón, una vara es símbolo
de poder. Recordemos los cetros o las varas de los alcaldes. En nuestra cultura
cristiana el báculo puede convertirse en algo vivo como en una serpiente
–acordémonos de Moisés ante el faraón- o en una rama florecida –acordémonos de
la vara de San José o la de San Pedro en Quo Vadis-. Del cayado o vara del
pastor que simboliza a Cristo, se pasa al báculo pastoral de los obispos y de
los abades. Tal vez haya una estrecha relación con el Imperium de los
magistrados romanos que llevaban un bastón de marfil con una cabeza de águila
en su cabecera, símbolo del poder que representaban.
Según San Isidoro el báculo fue
llevado por los obispos desde el siglo VII y posiblemente algunos lo levaran
desde el siglo IV a imitación de los magistrados romanos. Solían ser de marfil,
hierro, bronce, plata u oro, habiendo báculos que son verdaderas joyas de arte,
sobre todo a partir del siglo XII. El báculo tiene su función litúrgica en el
desarrollo de los actos religiosos, bien en las celebraciones eucarísticas o en
las tomas de posesión del cargo.
Fe,
poder divino, fuerza creadora, todo esto puede simbolizar el báculo.
Y junto al báculo, la mitra, el
otro símbolo. Su nombre viene del griego y significa “banda o turbante” con el
que se cubren las cabezas las personas que tienen dignidad episcopal.
Su
origen hay que verlo en el judaísmo ya que los miembros del Sanedrín llevaban
cubiertas las cabezas de donde puede venir la mitra episcopal que se encuentran
en las miniaturas de los códices del siglo XI, siendo León IX (1002-1054) el
que habla de la mitra en una bula. La mitra evolucionó con el tiempo, de un
simple birrete hasta llegar a
la forma actual que ya la tenemos en el siglo XVI, siendo uno de los ornamentos propios del orden
episcopal, y por tanto es usada en la mayoría de las celebraciones litúrgicas
por los eclesiásticos investidos de tal orden. El Concilio Vaticano II (1962-65) detalló las
características de las mitras y de su uso.
De la mitra penden, de su parte
posterior, dos piezas de tela a modo de bandas que descienden por la espalda.
Son las ínfulas que pueden ir decoradas con una cruz o con la simbología
episcopal. Simbolizan que la enseñanza de la Iglesia Católica está basada en
dos pilares escritos el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Para otros
simbolizan la Sagrada Tradición Apostólica y la Biblia. La tiara papal también
las levaba entrando en desuso desde Pablo VI (1963-78)
San Eufrasio en la iglesia de San Miguel en
Andújar, capilla sacramental, con báculo y mitra.
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